La cultura, el vestido, la comida, los objetos, la música, nos otorgan una fortalecida identidad y, nos da la posibilidad de trasportarla a otros lugares de residencia, en el caso de los grupos migrantes, y quienes lo hacemos utilizamos conscientemente un mecanismo para reforzar nuestros lazos identitarios.
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El concepto de identidad es encontrarse con otro afín, es verse reflejado en el otro, porque se comparten valores y símbolos, así como algunas formas culturales, es decir, la lengua, la historia, la religión, la vestimenta, los modismos de un habla regional, por lo tanto es “un fenómeno cognitivo, que nos permite identificarnos e identificar a los miembros de ese mismo grupo” (Bartolomé 1995:59).
Por su parte Gilberto Giménez, (2009) define que “la identidad está relacionada con la idea que tenemos acerca de quiénes somos y quiénes son los otros, es decir, de la representación que tenemos de nosotros mismos en relación con los demás”. Se entiende por identidad aquel conjunto de ideas, costumbres, significados, tradiciones, historia y formas de relacionarnos que nos hacen similares a los demás con ese mismo bagaje cultural.
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Así pues, la identidad como fenómeno procesual y cambiante modifica a los actores sociales y representa el modo de pensar de cada cultura. Se mira a la identidad como el carácter de todo aquello que permanece único e idéntico a sí mismo, pese a que tenga diferentes apariencias o pueda ser percibido de distinta forma (Falcón, 2008).